Se me está haciendo muy cuesta arriba no agarrar la Nintendo Switch y tumbarme durante horas con The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. No solo porque las redes sociales son un hervidero de vídeos repletos de locuras, sino porque la última aventura que he vivido en Hyrule me ha inyectado una dosis de descubrimiento que solo la saga de Nintendo es capaz de hacer.
En el último apunte de mi cuaderno de bitácora señalé que mi objetivo era llegar a Kakariko y eso no ha cambiado.