Hace unos meses, el pequeño e ingenioso gadget Rabbit R1 demostraba ser capaz de reservarnos una mesa en un restaurante o un
Uber. No de sugerir que lo hagamos nosotros, ni siquiera de darnos instrucciones de cómo hacerlo: la máquina era la que realizaba la acción.
La clave estaba en la combinación de un tipo de modelos de IA (un LAM o 'Large Action Model') con un modelo de lenguaje como los que podemos encontrar en un chatbot cualquiera. Un modelo sugiere (como respuesta a nuestras consultas), el otro hace.
Poco a continuación de eso, una IA que no se limitaba a asistir a programadores, sino que era capaz de desarrollar e implementar, sin necesidad de constante interacción humana, pequeñas aplicaciones web completas... aplicaciones tan buenas como para realizar pequeños encagrfos de Upwork y entregar código funcional.
Los avances en inteligencia artificial llevan tiempo prometiendo revolucionar cómo vivimos y trabajamos, y la última propuesta para ello por parte de la industria son los "agentes de IA": entidades (como Rabbit R1) capaces de actuar de manera autónoma, prometiendo transformar nuestra interacción con la tecnología en todos los aspectos de la vida cotidiana y laboral, desde planificar nuestras vacaciones hasta desarrollar aplicaciones, pasando por la ejecución de tareas administrativas, todo ello con mínima supervisión humana.