Originalmente desarrollados para rastrear piezas en la industria automotriz, los códigos QR (siglas en inglés de 'Respuesta rápida') han terminado siendo de utilidad para un sinfín de usos: desde facilitar el pago en comercios hasta ser una puerta de acceso a menús digitales en restaurantes, su uso se generalizó, especialmente impulsado por la promoción de alternativas de contacto cero durante la pandemia de COVID-19.
Sin embargo, esta misma ubiquidad ha dado pie a un fenómeno alarmante: el aumento de las estafas basadas en estos códigos. Los estafadores han perfeccionado el arte de camuflar enlaces maliciosos tras códigos QR: al escanear estos códigos fraudulentos, las víctimas son dirigidas a sitios web falsos que imitan a los de entidades de confianza, como bancos, servicios gubernamentales o marcas reconocidas.
Estos sitios solicitan información personal y financiera bajo falsos pretextos, como actualizaciones de seguridad o la necesidad de verificar la identidad del cliente, con el objetivo final de robar datos sensibles o instalar software malicioso en los dispositivos de las víctimas.
Los clientes de infraestructuras urbanas suelen ser objetivos prioritarios de esta clase de estafas.