Llevo un cierto tiempo pensando sobre el problema que para muchos supone, cuando hablamos de la evolución del dinero hacia las criptomonedas, el problema de la volatilidad. Es, sin duda, una de las grandes objeciones que se pone a su adopción: la dificultad que supone confiar en una moneda cuyo valor oscila de una manera tan acusada a lo largo del tiempo.
En el tiempo que llevamos escuchando hablar acerca del bitcoin, cuyo paper original data de finales de 2008 y su primera transacción, de origenes de 2009, hemos visto su valor en dólares o euros elevarse por encima del 15,000%, con oscilaciones relativamente importantes en varios momentos en el tiempo derivados de incrementos significativos en su curva de adopción. Esas oscilaciones se deben a procesos de comunicación social de muchos tipos, en función del flujo de anuncios o de la actividad de quienes deciden incorporarse a su adopción.
En contraste, la paridad entre, por ejemplo, el dólar o el euro, únicamente ha variado en el entorno de unos pocos puntos porcentuales. Este contraste lleva a muchos a calificar al bitcoin como una moneda enormemente volátil, descalificarla para su uso transaccional y considerarla, como mucho, una reserva de valor, sujeta además al riesgo sistémico que surge cada vez que una figura de autoridad se pronuncia sobre ella o cuando un gobierno toma decisiones susceptibles de afectarla. ¿China Habla de prohibir la minería de bitcoins? El bitcoin baja.