Pocos artículos me han alarmado e indignado tanto en mi vida como la exclusiva publicada por
The Washington Post ayer en la que denuncia que
Donald Trump se ha reunido con representantes de la industria de los combustibles fósiles de los Estados Unidos en su residencia de Mar-a-Lago, y que les ha ofrecido, a cambio de mil millones de dólares en donaciones para su campaña, eliminar todos los programas de descarbonización y fomento de la movilidad eléctrica y todas las restricciones a nuevas explotaciones «desde el día uno de su mandato».
Joe Biden no es un santo, ni mucho menos. Además de muchas cuestiones generales de su política exterior, la industria de los combustibles fósiles ha obtenido bajo su mandato tener los beneficios más elevados de toda su historia. Pero a pesar de haber invertido más de cuatrocientos millones de dólares en lobbying con la Administración Biden, ha tenido que ver cómo iban progresando cada vez más restricciones y más medidas para fomentar la descarbonización y para favorecer la transición energética hacia las renovables, algo que les irrita poderosamente.