A pesar de ser, por norma general, la peor valorada de la redonda trilogía de
Robert Zemeckis, he de decir que mi corazón guarda un hueco muy especial para la genial 'Regreso al futuro: Parte III' con la que Michael J. Fox y
Christopher Lloyd dieron carpetazo a las aventuras de
Marty McFly y el Dr. Emmett Brown viajando a un lejano 1885; marco histórico que ayudó a crear un cóctel de ciencia ficción y western que sigue dando gusto ver.
Por supuesto, las dos horas de metraje del cierre del tríptico de esencia ochentera que clausuró irónicamente en 1990 están plagadas de detalles y guiños para el recuerdo, pero entre todos ellos destaca una curiosidad que 34 años luego del estreno de el filme sigue obsesionando a no pocos espectadores. Está relacionado con un secundario y un gesto muy concreto, y si estás esbozando una sonrisa llegados a este punto, es que ya sabes de lo que hablo.
Guía práctica para un 'Regreso al Futuro': cuándo y por qué funciona una buena película de viajes en el tiempo
Para presenciar este instante, que sigue fascinándome, tenemos que ir al cierre de la película, cuando Marty y Jennifer se despiden de Doc, Clara y sus dos hijos, Julio y Verne.