La escena es tal que así: una marquesina en mitad de una avenida destartalada en el corazón de un barrio de aluvión. Dos tipos esperan al autobús o eso parece. Uno (treinta y muchos años, regordete y con gafas de culo de vaso) mira el móvil; el otro (casi 70, pelo blanco y cara de pocos amigos) tiene la vista perdida en horizonte.
"Disculpe", dice el primero y el segundo se sobresalta, claro.