Mi columna de esta semana en
Invertia se titula «Pintan bastos en el sector del automóvil» (pdf), y aprovecha los anuncios de los problemas de
Volkswagen en
Alemania, con el posible cierre de fábricas por primera vez en sus ochenta y siete años de historia, para plantear a qué se debe una crisis largamente anunciada y con todos los elementos para entenderla en base a la falta de innovación.
Pero
Volkswagen no es ninguna excepción. Todos los competidores tradicionales de la industria del automóvil se encuentran con que el entorno ha cambiado ante sus ojos, y que se han pasado demasiado tiempo sin tener en cuenta o directamente ridiculizando esos cambios. A fuerza de tanto decir barbaridades sobre los vehículos eléctricos y suponer que nunca se convertirían en tendencia, y que su estructura no está en absoluto adaptada para un producto caracterizado fundamentalmente por precisar un nivel de servicio drásticamente inferior.
El producto ha pasado de ser un automóvil que se vendía en un concesionario que extraía su margen, fundamentalmente, de las revisiones y reparaciones, a ser ahora un ordenador con ruedas, permanentemente conectado, que se autodiagnostica y demanda sus propias revisiones solo cuando es necesario. Con una venta a través de canales mucho más directos que no erosionan el margen, y un nivel de servicio muy ocasional, el vehículo eléctrico amenaza la estructura de las compañías tradicionales, y las convierte en incapaces de competir.