Podría ser cualquier aficionado a la
Fórmula 1. Un seguidor de
Fernando Alonso, más concretamente, cualquier mes de marzo ante una nueva temporada.
Este año, el asturiano arranca en
Aston Martin. Poco y mucho ha cambiado. El aficionado sentado delante del sofá. Las promesas de luchar por otra Victoria, por ver al piloto español en lo más alto.
Fernando Alonso buscando, de nuevo, el imposible en un nuevo salto de espaldas con triple tirabuzón. Incombustibles hasta comprobar desilusionados, pasadas dos, tres, diez citas (los más optimistas) que nada ha cambiado.
Porque lo cierto es que mucho ha cambiado. Desde aquella primera mitad de la década de los años 2000 cuando el asturiano elevó el interés por la
Fórmula 1 a niveles que nunca habíamos conocido en España. Un español que nos decían que destacaba en Minardi pese a tener el peor coche del mundial.
Un español que cogió un monoplaza azul y llenó las calles, además, de banderas azules con una cruz amarilla de el triunfo. Un español que nos convirtió a todos en ingenieros, estrategas y, por supuesto, en expertos de uno de los deportes más técnicos y complicados del mundo.
¿Qué está pasando para volver a tener la ilusión por las nubes pese a reconocer casi imposible que volvamos a vivir aquellos días?
Nadie en la
Fórmula 1 ha manejado el relato igual que el español en los últimos años.