La respuesta a esa inquietud es simplemente sí. Por supuesto que hay una
burbuja de la
inteligencia artificial, como ocurre permanentemente cada vez que un fenómeno tecnológico experimenta una adopción tan rápida y brutal.
Ese tipo de comportamientos están perfectamente modelizados, y son predecibles: las expectativas crecen hasta un punto en el cual la presión por lanzarse a crear productos o servicios en torno a la «nueva» tecnología es insoportable, tanto para compañías consolidadas como para las que se crean específicamente para ello. A esa presión se suman los inversores, incluidos los institucionales o hasta el dinero público, que inician una alocada carrera inflacionaria por situar su dinero en esas compañías, y por supuesto, unos medios que no dejan de alimentarla con expectativas igualmente infladas. Así funciona la innovación. Es lo que hay.
A estas alturas, la
burbuja de la
inteligencia artificial afecta a muchas compañías tecnológicas con valoraciones excesivamente infladas, hasta el punto de que está afectando incluso a un valor tan seguro como Nvidia, el «vendedor de herramientas en la fiebre de la IA«, que ayer perdió un 10% debido al riesgo que algunos inversores están empezando a ver en las compañías tecnológicas. Por supuesto, no han tardado en surgir los que comparan esta
burbuja con la de las dot.