Por lo general, que un videojuego alcance el éxito se debe al talento y la dedicación de sus creadores, a una idea brillante que llega en el mejor momento e incluso a una serie de afortunadas carambolas o casualidades. Pero el caso de
Legacy of Kain:
Soul Reaver es insólito: además de ganarse el estatus de clásico instantáneo en tiempo récord, lo hizo a través de una producción caótica, sonoros retrasos y, pese a estos, llegó con recortes drásticos. Contenidos inéditos que, permanecen enterrados en el propio código del juego.
Vaya por delante que
Soul Reaver es un juegazo atemporal. Una oscura y retorcida historia de venganza que eclipsó por méritos propios tanto a Blood Omen:
Legacy of
Kain, el primer juego de la saga, como a un Blood Omen 2 llamado a ser el plato fuerte de la serie. ¿El secreto? Ser muy valiente en sus puntos fuertes y soberbio en lo esencial.
Nos referimos a una jugabilidad que se siente propia, una trama sombría y retorcida y unos personajes alejados del arquetipo clásico del héroe contra el villanos. Todos, aspectos de diez. Y -a la vez- como juego
Soul Reaver está excepcionalmente bien atado en todo lo que se le exige a los grandes juegos de aventura.
Disimulando en el proceso, y de manera muy atinada, unas enormes influencias zelderas que, a base de aciertos, Crystal Dynamics llevó a su terreno.