Se me está haciendo muy cuesta arriba no agarrar la
Nintendo Switch y tumbarme durante horas con
The Legend of Zelda: Tears of the
Kingdom. No solo porque las redes sociales son un hervidero de vídeos repletos de locuras, sino porque la última aventura que he vivido en Hyrule me ha inyectado una dosis de descubrimiento que solo la saga de Nintendo es capaz de hacer.
En el último apunte de mi cuaderno de bitácora señalé que mi objetivo era llegar a Kakariko y eso no ha cambiado. Sin embargo, he caído en las redes del propio videojuego distrayéndome con un lugar que me resultaba irresistible: la
Meseta de los
Albores. Sí, vi a lo lejos la zona del tutorial de
The Legend of Zelda: Breath of the Wild y quise conocer de primera mano qué había cambiado en un lugar tan icónico.
Evidentemente, mi Link todavía no puede escalar el enorme muro de piedra que separa la
Meseta de los
Albores de la propia
meseta central, pero descubrí una zona que podía ser abierta con una buena sacudida. La primera sorpresa llegó en cuanto una marea de agua brotó del hueco que abrí en la estructura y una suerte de  deidad me emplazaba al Templo del Tiempo. Allá que fui, no sin antes toparme con el segundo susto en forma de árbol que cobra vida.
Uno camina tranquilamente para recoger unas cuantas manzas y en el momento más inesperado has recibido un golpe con una rama en toda la cara.