Todavía no había cumplido los diez años cuando entré por primera vez a la mansión de Derceto. O, al menos, cuando empecé mi partida del Alone in the Dark original. Durante semanas aprendí, sufrí y memoricé cada pedacito de aquella aventura a base de palos, de ensayo y error, y te confieso que las incontables referencias a las obras de H. P. Lovecraft y Edgar Allan Poe pasaron por delante de mi cara sin que en su momento les echase cuenta. Eso sí, estaba tan aterrado como fascinado.